Desde hace algunos años ha venido tomando fuerza un movimiento a nivel mundial que promueve la defensa de los derechos de los animales. Probablemente te preguntes, ¿y es que acaso los animales tienen derechos? Pues resulta que sí, los tienen, aunque la cosa no es tan simple como a primera vista parece.
El ser humano históricamente ha tenido una cierta consideración especial por aquellos animales que él mismo ha domesticado, o que pertenecen a su propio entorno y sirven a sus necesidades. Con el paso del tiempo estas tendencias se fueron desarrollando según el lugar y la cultura predominante, yendo desde el simple trato ético hacia los animales, o considerar que estos merecen tener derechos como los seres humanos, y también lo contrario: que se trate y utilice a los animales como se desee, siempre que sea para obtener una utilidad. Y en este caso, como casi siempre, los extremos son perjudiciales.
En las primeras etapas de la historia humana el hombre sentía un especial respeto por los animales, veneraba aquellos que le servían de alimento y también a aquellos que le suponían un peligro para su vida. En algunas culturas del mundo quedan vestigios de rituales o ceremonias en que el hombre pedía a los animales que le permitieran tener una buena caza, agradecía al animal por dejarse cazar e incluso se disculpaba por darle muerte. Tal vez el primer maltrato animal comenzó a surgir cuando ya el hombre los utilizaba como fuerza de trabajo. A simple vista no es fácil reconocer la delgada línea que separa el acto de azuzar a un animal para que vaya más rápido o haga más esfuerzo, del puro maltrato. Más aún cuando muchas veces se pierde la noción de que, como nosotros, necesitan descanso y alimentación, y tienen un límite de fuerzas.
Con el decursar de la historia las cosas fueron cambiando y llegamos a situaciones como las de los famosos circos romanos, donde combatían gladiadores y animales e incluso se sacrificaban estos para disfrute del público. Vale decir que los romanos consideraban a los animales, o incluso a los esclavos humanos, como simples objetos, incapaces de tener algún derecho. Desapareció el Imperio Romano y con él los circos, pero la práctica del maltrato a los animales continuó bajo formas veladas (y no tan veladas) durante siglos hasta llegar a nuestros días.
Los primeros indicios de leyes o reglamentos que protegían en cierta forma a los animales nos llegan con el filósofo griego Pitágoras, que promovía la idea de que los hombres y los animales tenían el mismo tipo de alma inmortal, hecha de aire y fuego, que podía reencarnarse de un hombre a un animal y viceversa. Pitágoras practicó el vegetarianismo y compraba animales en los mercados para liberarlos después.
También en la Biblia se menciona que los animales, como las personas, debían descansar los sábados, o que si un asno caía bajo el peso de su carga debía ser liberado de ella al instante, entre otras cosas.
El profeta Mahoma dedicó palabras a los animales, al decir que si por necesidad había que matar un animal, debía hacerse sin tortura. Y dejó una frase tremenda: “Dejar ver a un animal como afilas tu cuchillo es como matarlo diecisiete veces”.
Las primeras leyes modernas de protección animal datan de Irlanda en 1635, que entre otras cosas prohibía atar arados a la cola de los caballos para evitarles sufrimiento o dolor. También por esa época (1693) el filósofo John Locke decía que “la crueldad con los animales tendrá efectos negativos sobre la ética de los niños, que más tarde transmiten la brutalidad a la interacción con seres humanos”.
En la actualidad la mayoría de las entidades y organizaciones que promueven los derechos de los animales se enfocan hacia aspectos que por momentos parecen exagerados. Está bien defender a los animales, evitar maltratarles o que otras personas lo hagan. Pero promover un vegetarianismo a ultranza es arbitrario y caprichoso, desafía la estructura de cadena alimenticia que la naturaleza durante miles de millones de años ha desarrollado. Es cierto que el hombre, como superdepredador absoluto, no tiene ningún elemento de control biológico que lo mantenga estable. También es cierto que nos hemos demasiado numerosos, más de lo que el planeta puede soportar, pero ello no tiene relación alguna con el vegetarianismo (si todos nos volviéramos vegetarianos el problema existiría de igual manera). Son problemas distintos que no tienen la misma solución. Los espectáculos de corridas de toros nada tienen que ver con el hecho de ser carnívoro o vegetariano.
Veamos a los grandes carnívoros, por ejemplo los leones. Mientras dura la cacería, los demás animales intentan alejarse lo más posible para evitar ser cazados. Pero cuando estos ya se han alimentado, los animales incluso se pasean confiados cerca de ellos, porque saben algo muy importante: ningún león caza más de lo que necesita para comer, y una vez que ha comido, no hay peligro hasta pasado un buen rato. Es esto lo que tenemos que aprender los humanos: a detenernos cuando es preciso, a controlar mejor los recursos y por qué no, a respetar a todos los animales, sobre todo a aquellos con los cuales convivimos.
En 1977 se proclamó la Declaración Universal de los Derechos de los Animales, que si bien por sí misma no protege ni es una ley penal meramente hablando, nos sirve de guía moral para darles un trato adecuado a los animales que nos acompañan en la vida o que nos brindan algún tipo de beneficio. No olvidemos que también somos animales, aunque nos hayamos clasificado a nosotros mismos con ese cariñoso apelativo de “superiores” que tanto nos gusta usar.