Comencemos por aclarar algo: todos los animales son “salvajes” o lo fueron alguna vez. La palabra “salvajes” no pasa de ser un modo algo inadecuado de describir a aquellos animales que viven en su entorno natural y por sus propios medios, con poca o ninguna interacción con el hombre. Así que si lo vemos bien, esa palabra incluso podría aplicarse a nosotros, los humanos (salvo por la interacción social con otros humanos). Tal vez sería más correcto llamarles “animales silvestres”.
En la naturaleza nada ocurre por casualidad. Las formas, hábitos y adaptaciones de los animales en su entorno natural responden a sus condiciones de vida y al propio entorno durante generaciones y generaciones, por lo que no debemos juzgarles ni verlos como peligrosos. De hecho, el peor peligro que pueden enfrentar estos animales es precisamente el hombre. ¿Por qué? Ya veremos.
Detrás de cada conflicto entre seres humanos y animales salvajes podemos encontrar una invasión de territorios por parte del hombre, disminución de las zonas naturales donde viven los animales, cambios bruscos en el ecosistema que les obligan a buscar alimento en otras zonas pobladas por el hombre (y que muchas veces formaban parte del territorio natural de estos animales). Ellos no entienden de leyes o propiedades, por lo que si un terreno ha sido su hábitat durante generaciones es lógico que continúen frecuentándolo.
Los animales en su entorno natural pueden llegar a ser peligrosos según el punto de vista que adoptemos. Tengamos en cuenta muchos de ellos son bastante territoriales: si invadimos su terreno los haremos sentirse amenazados, en cuyo caso somos nosotros la amenaza, no ellos. Un animal en su entorno natural solo atacará si se ve en peligro, pero la reacción más natural será evitar la confrontación si es que puede hacerlo, sobre todo con humanos. Los animales no son tontos, saben que los problemas con humanos siempre se resuelven en su contra, por lo que la mayoría de las veces simplemente nos evitan.
Ciertos animales se han visto rodeados durante milenios por una aureola de malignidad que no es real. Por ejemplo, el lobo ha sido históricamente asociado al mal, al peligro de lo salvaje, cuando en realidad es sólo el abuelo de nuestros actuales perros domésticos que permanece silvestre y sobrevive por sus medios, y por supuesto se siente más amenazado por nosotros que nosotros por él.
Muchos comportamientos que nos parecen crueles son perfectamente naturales, por más que no lo veamos así. Los animales carnívoros deben cazar para alimentarse, de ello depende su supervivencia y la de sus crías. Los humanos también debemos alimentarnos y sobrevivir, y el hecho de que la carne venga en latas no significa que no haya pertenecido a algún animal. La naturaleza no es cruel, los animales tampoco, es simplemente un mecanismo de supervivencia.
El comportamiento de la mayoría de animales en estado salvaje es muy impredecible. A menos que seamos especialistas, es recomendable evitar todo contacto con ellos y dejarles tranquilos en su entorno natural, pues sus actitudes pueden variar desde ignorarnos o ser curiosos hasta mostrarse abiertamente agresivos si nos acercamos demasiado. Conviene que les dejemos en paz y los admiremos sólo desde una distancia segura para ellos y para nosotros, sin intervenir ni interactuar.